Capítulo 1
1 Antes que existiese una estrella para brillar, antes que hubiese ángeles para cantar, ya había un
cielo, el hogar del Eterno, el único Dios. Perfecto en sabiduría, amor y gloria, vivió el Eterno una
eternidad, antes de concretizar Su lindo sueño, en la creación del Universo.
2 Los incontables seres que componen la creación fueron, todos, idealizados con mucho cariño.
Desde el diminuto átomo hasta las gigantescas galaxias, todo mereció Su suprema atención.
Amador de la música, Dios idealizó el Universo como una gran orquesta que, bajo Su regencia,
debería vibrar acordes armoniosos de justicia y paz. Para cada criatura Él compuso una canción de
amor.
3 El Eterno estaba muy feliz, pues Sus sueños estaban por realizarse. Moviéndose con majestad,
inició Su obra de creación. Sus manos moldearon primeramente un mundo de luz, y sobre él una
montaña fulgurante sobre la cual estaría para siempre afirmado el trono del Universo.
4 Al monte sagrado Dios llamó: Sión. De la base del trono, el Eterno hizo brotar un río cristalino,
para representar la vida que de Él fluiría hacia todas las criaturas. Como sala del trono, creó un
lindo paraíso que se extendía por centenas de kilómetros alrededor del monte Sión. Al paraíso
llamó: Edén. Al sur del paraíso, en ambos márgenes del río de la vida, fueron edificadas numerosas
mansiones adornadas de piedras preciosas, que se destinaban a los ángeles, los ministros del reino
de la luz.
5 Circundando el Edén y las mansiones angelicales, construyó Dios una muralla de jaspe brillante, a
lo largo de la cual podían ser vistos grandes portales de perlas. Con alegría, el Eterno contempló la
Capital soñada. La ciudad en su esplendor era como una novia adornada, pronta para recibir a su
esposo.
6 Cariñosamente, el gran Arquitecto la llamó: Jerusalén, la Ciudad de la Paz. Dios estaba por traer a
la existencia a la primera criatura racional. Sería un ángel glorioso, de entre todos, el de mayor
honra. Adornado por el brillo de las piedras preciosas, ese ángel viviría sobre el monte Sión, como
representante del Rey de reyes delante del Universo.
7 Con mucho amor, el Creador comenzó a moldear al primogénito de los ángeles. Toda sabiduría
aplicó al formarlo, haciéndolo perfecto. Con ternura le concedió la vida; el hermoso ángel, como
despertando de un profundo sueño, abrió los ojos y contempló la faz de su Autor. Con alegría, el
Eterno le mostró las bellezas del paraíso, hablándole de Sus planes, que comenzaban a
concretarse.
8 Al ser conducido al lugar de su morada, junto al trono, el príncipe de los ángeles estaba
agradecido y, con voz melodiosa, entonó su primer cántico de alabanza. De las alturas de Sión, se
descubría, a los ojos del hermoso ángel, Jerusalén en su inmensidad y esplendor. El río de la vida, al
deslizar sereno en medio de la Ciudad, se asemejaba a una larga avenida, reflejando las bellezas
del jardín del Edén y de las mansiones angelicales.
9 Envolviendo al primogénito de los ángeles con Su manto de luz, el Eterno comenzó a hablarle de
los principios que habrían de regir el reino universal. Leyes físicas y morales deberían ser
respetadas en toda la extensión del gobierno divino. Las leyes morales se resumían en dos
principios básicos: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a Sí mismo. Cada criatura
racional debería ser un canal por medio del cual el Eterno pudiese derramar a otros vida y luz. De
esa forma, el Universo crecería en armonía, felicidad y paz.
10 En el reino de Dios, las leyes no serían impuestas con tiranía; Los súbditos serían libres. La
obediencia debería surgir espontánea, en un gesto de reconocimiento y gratitud. En ese reino de libertad, la desobediencia también sería posible. El resultado de tal comportamiento sería el
vaciamiento de las fuerzas vitales.
11 Después de revelar al hermoso ángel las leyes de Su gobierno, el Eterno le confió una misión de
gran responsabilidad: sería el protector de aquellas leyes, debiéndolas honrar y revelar al Universo
listo para ser creado. Con el corazón rebosante de amor a Dios y a los semejantes, le
correspondería ser un modelo de perfección: sería Lucifer, el portador de la luz. El príncipe de los
ángeles; agradecido por todo, se postró ante el amoroso Rey, prometiéndole eterna fidelidad. El
Eterno continuó Su obra de creación, trayendo a la existencia a innumerables huestes de ángeles,
los ministros del reino de la luz.
12 La Ciudad Santa fue poblada por esas criaturas radiantes que, felices y agradecidas, unían las
voces en bellísimos cánticos de alabanza al Creador. Dios traía ahora a la existencia el Universo
que, repleto de vida, giraría entorno de Su trono afirmado en Sión. Acompañado por Sus ministros,
partió hacia la grandiosa realización. Después de contemplar el vacío inmenso, el Eterno levantó
las poderosas manos, ordenando la materialización de las multiformes maravillas que habrían de
componer el Cosmos.
13 Su orden, cual trueno, repercutió por todas partes, haciendo surgir, como por encanto, galaxias
sin número, repletas de mundos y soles (paraísos de vida y alegría), todo girando armoniosamente
entorno del monte Sión. Al presenciar tan grande hecho del supremo Rey, las huestes angelicales
se postraron, haciendo repercutir por el espacio iluminado un cántico de triunfo, en salutación a la
vida.
14 Todo el Universo se unió en ese cántico de gratitud, en promesa de eterna fidelidad al Creador.
Guiados por el Eterno, los ángeles comenzaron a conocer las riquezas del Universo. En esa
excursión sideral, estaban admirados ante la inmensidad del reino de la luz. Por todas partes
encontraban mundos habitados por criaturas felices que los recibían en fiesta. Los ángeles nos
saludaban con cánticos que hablaban de las buenas nuevas de aquel reino de paz.
15 Tan preciada como la vida, la libertad de escoger, a través de la cual las criaturas podrían
demostrar su amor al Creador, exigía una prueba de fidelidad. Con el propósito de revelarlo, el
Eterno condujo las huestes por entre el espacio iluminado, hasta aproximarse a un abismo de
tinieblas que contrastaba con el inmenso brillo de las galaxias. A lo lejos, ese abismo se había
revelado insignificante a los ojos de los ángeles, como un puntillo sin luz; pero a medida de su
acercamiento, se mostró en su enormidad.
16 El Creador, que a cada paso revelaba a los ángeles los misterios de Su reino, estaba allí
silencioso, como guardando para Sí un secreto. Las tinieblas de aquel abismo consistían en la
prueba de la fidelidad. Volteándose hacia las huestes, el Eterno solemnemente afirmó: "Todos los
tesoros de la luz estarán abiertos a vuestro conocimiento, menos los secretos ocultos por las
tinieblas. Sois libres para servirme o no. Amando la luz estaréis ligados a la Fuente de la Vida".
17 Con estas palabras, hizo Dios separación entre la luz y las tinieblas, el bien y el mal. El Universo
era libre para escoger su destino.
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